lunes, 27 de noviembre de 2017

(6) En la Tongariro Alpine Crossing


Definido el viaje, y especialmente por el entusiasmo manifestado al respecto por Álvaro, como organizador, teníamos muy presente que la jornada del Tongariro sería especial. A priori, una de las destacadas. Una vez pasada, confirmamos la previsión. Pero antes de llegar a Tongariro (bueno, el pueblo situado en sus cercanías tiene el curioso nombre de National Park, sin más) hicimos una larga parada en Taupo. De Rotorua a Taupo son 81 kilómetros (una hora de coche) y después hay otros 71 kilómetros a National Park (casi otra hora).

Curioso montaje artístico junto al lago de Taupo
Es una localidad situada junto al lago del mismo nombre (el  más grande de toda la isla, 600 kilómetros cuadrados) que se formó hace casi dos mil años a partir de una enorme erupción volcánica que dejó este cráter inmenso. Está  especializada sobre todo en los deportes de aventura, materia en la que busca  hacer competencia a Queenstown, en la isla sur, líder en la cuestión. Lo del ajedrez no es que tenga mucho riesgo pero no está nada mal para pasar un rato. 


Dimos unas vueltas por la ciudad, muy similar de diseño a Rorotua, con la que compite en atractivos para atraer turistas. Está llena de restaurantes, hoteles y empresas de deportes de aventura y nosotros aprovechamos la tarde para hacer un recorrido en barco por el lago.


Contratamos un pasaje en el Ernest Kemp, dedicado a este menester para recorrer tranquilamente el lago durante una hora y media, por 20 euros. 


La vista desde el agua es agradable, y se aprecia una gran tranquilidad.


En medio del recorrido la encargada empezó a mover una mano hacia el exterior con trozos de pan. Al poco aparecieron dos patos que se acercaban a cogerlos, tal parecían contratados para entretener al pasaje. Ofreció el puesto a los viajeros, y el pato de Juanma se dejó fotografiar en la operación, realizada con extrema limpieza. 



No se les veía y, de repente, aparecían en la trasera del barco como dos cazas y en unos instantes se llevaban el pan sin titubear.


El recorrido llega hasta unos dibujos tallados en la roca de tintes maoríes y que solo son visibles desde el agua. Sin embargo, para nuestra sorpresa nos explicaron que fueron hechos en 1976. Es obra de Matahi Whakataka-Brightwell, un tallador que tardó en completarla cuatro años junto con cuatro asistentes.

Fue un regalo al pueblo de Taupo y sólo recibió alguna donación para cubrir el coste de los andamios. La imagen principal tiene 10 metros de altura y parece ser que representa a Ngatoro-i-rangi, un navegante y visionario maorí que habría guiado a dos tribus a esta zona hace más de mil años y es uno de los mayores atractivos de las travesías por el Taupo.




Tras desembarcar, ya al filo de las cinco de la tarde,  tomamos una comida tardía o cena temprana en el Cobb & Co en plan americano, pero no estuvo mal. A continuación nos pusimos en marcha hacia National Park, adonde llegaríamos con un tiempo bien distinto: lluvia y casi frío, lo que nos puso los pelos como escarpias por si impedía la caminata del día siguiente en el Tongariro. Habíamos leído muchos testimonios al respecto, como un libro de unos catalanes que no pudieron hacerlo por el tiempo, lo que es bastante común. Suele haber niebla, llueve, y es imposible en esas circunstancias. Y junto al mal tiempo y la preocupación por el riesgo para la caminata, en el alojamiento carecíamos de wifi, un dudoso mérito. Alquilamos el Ariki Lodge pese a que no tenía casi referencias y realmente su interior era un poco complicado, pero con acceso a Internet hubiera sido otra cosa. Su precio fue de los más caros, 424 euros, aunque lo cierto es que la ocupábamos entera y en sus 6 habitaciones había sitio para más gente. Al menos, contaba con calefacción, lavadora, secadora y hasta un jacuzzi que sólo Alfonso probó. En cualquier caso, al estar muy cerca del acceso a la Tongariro Alpine Crossing los precios suben...

Ariki Lodge, nuestra casa en National Park (Tongariro)
Pero en lo relativo al tiempo, no hubo problema. Al día siguiente amaneció luminoso y a las 6 de la mañana ya estábamos desayunando en el único local que se podía en este pequeño pueblo formado por un conjunto de casas bastante separadas, que nos trajo a la memoria El Chaltén, en la Patagonia argentina. Todo como artificial y reciente, exclusivamente dedicado al turismo que visita la zona y en realidad con pocos servicios porque la gente llega, hace la travesía y para relativamente poco contando con que las condiciones metereológicas no suelen acompañar. Así que con un supermercado y una cafetería restaurante que cierra pronto parece llegar. 


El madrugón no fue casual. Al Tongariro hay que llegar en bus, previamente concertado a través del propio alojamiento, ya que desde hace poco limitan a cuatro horas el estacionamiento de coches en su aparcamiento, lo que impide llevar vehículo propio cuando se trata de una marcha larga. Sobre todo porque así el mismo transporte te recoge al final de la travesía. Y quisimos ir pronto ya que aunque solo son 19,4 kilómetros, hay tramos de gran dureza, y se ascienden 800 metros para luego descender 1.200, como se comprueba en el siguiente perfil.

Un auténtico sendero rompepiernas en el que se emplean de 7 a 8 horas (nosotros 7,30). Tambien porque avisaron que tras el mediodía llovería, como así sucedió.


Salimos del aparcamiento de Mangatepopo y hétenos pues aquí a las 7.30 horas iniciando la ruta y felices por lo soleado y agradable del día. Este es el mapa de la famosa travesía.



Las estadísticas recogen que unos 10.000 senderistas recorren el Tongariro Alpine Crossing cada año, lo que daría una media de 28 por jornada. Ese día, lunes 27 de noviembre, éramos bastantes más, quizás lo correspondiente a una semana entera, o más. Pero no es de extrañar, estábamos en primavera, el momento más adecuado.


En la distancia veíamos cumbres nevadas, pero en el recorrido no la tuvimos cerca. Si acaso, unos neveros en puntos altos.


Pasados los primeros cinco kilómetros, que son llanitos y cómodos, sorteando riachuelos en pasarelas de madera y disfrutando de las fuerzas aún intactas, un cartel te advierte que la fiesta va a comenzar. Y te recuerda que si no estás en condiciones es el momento de dar la vuelta. Excuso decir que no le hicimos caso.


Dicho y hecho. Empezaron las cuestas, los ascensos, las escaleras y los resoplidos. Fue un largo tramo en el que ganábamos altura constantemente


Llegados a lo que parecía la cumbre (luego comprobaríamos que había varias más, con sus correspondientes ascensos, pero también bajadas) se impuso un primer descanso. Aquí se puede comprobar cómo alguno se pasó con la crema de protección solar, después de que se nos advirtiera que era algo imprescindible para acometer la caminata.


A continuación apareció ante nosotros una enorme llanura, con la amenaza latente de nuevas montañas al final.


Justamente, hubo que subirlas, llegaron nuevas detenciones y el paisaje empezó a ponerse soberbio.


En algunos momentos caminábamos por crestas estrechas, lo que permitía observar, y disfrutar, del paisaje a ambos lados.


A estas alturas del paseo aparecieron los Emerald lakes, varios lagos en la lejanía; pronto los tendríamos muy cerca. 



En la foto siguiente estamos en el punto más alto de la travesía, el Red Crater, con la cumbre del Tongariro muy cerquita. 


El de la imagen inferior es posiblemente el  momento más complicado de la etapa: la bajada empieza abruptamente, con una empinada cuesta de blanda arena en la que se hundían las botas. Hay que hacer uso amplio de los bastones por el riesgo de caída. Y forzar las rodillas al máximo en una bajada que se hace eterna.
Tremenda cuesta arenosa junto al primer lago. El descenso es lento. Con lluvia, imposible

Como toda esta zona de NZ, el paisaje lo ha conformado su carácter volcánico, y en varias ocasiones veíamos fumarolas en la distancia.
Fumarolas volcánicas en el Tongariro




Junto al lago hicimos una parada breve para de nuevo seguir en ruta. A partir de aquí las dificultades se suavizan durante un buen rato. Eso solo quiere decir que bajas y subes, pero sin llegar a extremos, y que reaparecen los tramos planos. Ah, y tuvimos tres servicios higiénicos en aceptables condiciones en la ruta. 


Después del lago hay unas subidas llamativas, hasta el punto de que han colocado cadenas para agarrarse y tomar impulso.


Pero en todo momento los paisajes nos mantenían ensimismados, como es el caso de la foto inferior.


Teníamos muy presentes que el Tongariro Alpine Crossing está considerada la mejor ruta de un día de toda NZ, y además declarada patrimonio de la humanidad por dos motivos: sus espectaculares paisajes volcánicos e igualmente por su importante patrimonio cultural y espiritual maorí.

Ajenos a todas estas consideraciones, nosotros seguíamos a lo nuestro, caminar, disfrutar y, llegado el momento, hacer una paradita para dar cuenta del tentempié que llevábamos en la mochila, pero siempre con el reloj a la vista. Motivo: queríamos coger el bus de las 3.30, que nos llevaría a nuestro alojamiento, ya que en caso contrario deberíamos esperar hasta las 4.30.


Aunque el tiempo fue bueno en general, sobre las 12.00 se puso a llover. No fue demasiado ni muy intenso, pero nos obligó a sacar los chubasqueros, sin más.


Si bien hacen la ruta unos 10.000 senderistas cada año, el parque nacional en su conjunto es el más popular de NZ y recibe unos 200.000 visitantes anuales. Los motivos son varios: paisaje,  esquiar en Ruapehu (único sitio posible al norte de Wellington) y senderismo de todo tipo.


En nuestro caso, y después de 3 kilómetros puñeteros (descenso sin fin y una meta inencontrable), al filo de las 3 de la tarde llegábamos a destino.



Como se aprecia por el aspecto de estos dos esforzados senderistas, algo cansados sí estábamos.Dejamos para la posteridad, el track de nuestro itinerario. Y unos minutos después de llegar se puso a llover intensamente. Tiempo perfecto hasta entonces.


Quizás el momento más delicado del día fue el viaje de vuelta, casi 45 minutos en un bus decadente que debió vivir sus momentos de gloria varias décadas atrás. Entraba agua al interior por la parte frontal... ¡y no funcionaba el sistema para desempañar el parabrisas en medio del diluvio! El conductor, al mismo tiempo que conducía trataba de desempañar con un trapo el cristal. Algo preocupado, Juanma se levantó y con su pañuelo le abrió huecos visibles en el cristal entre el regocijo del pasaje.



Para dar un digno cierre a una jornada magnífica decidimos irnos a cenar por todo lo alto en el Chateau Tongariro, una enorme edificación de estilo francés perdido en medio de la nada, sin ninguna ciudad cerca, que data de 1929. 


Aunque el precio no excedió en demasía lo que pagábamos habitualmente, el local y el servicio, y también los platos, eran de otro nivel. Salón con sofás, tapicerías, lámparas y pianista para esperar, comedor espectacular y un sistema por el cual nos servían todos los platos a la vez, para lo que se juntaban cuatro camareros.

Excepcional, y encima había empleados argentinos. Cada uno de los trabajadores llevaba una insignia con la bandera de su país, con lo que el cliente sabía, sin preguntar, qué idioma hablaba (al margen del inglés obligado). Ingenioso y simple, pero no lo habíamos visto nunca. Tras la cena, a dormir. Había sido un día largo pero especialmente placentero. Era noche cerrada y seguía lloviendo, lo que resaltaba la suerte de una mañana despejada.
Como hotel sabemos que su precio no es excesivo ya que intentamos reservar para alojarnos, pero no había plazas para todos. Una pena. Sin duda, en su conjunto mereció mucho la pena esta jornada.

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