sábado, 2 de diciembre de 2017

(8) En la isla Sur: el paraíso Tasman


Al iniciar el viaje, el paso a la isla Sur parecía algo lejano, pero finalmente llegó. El traslado utilizando coche se realiza forzosamente en ferry y dura tres horas y media desde Wellington hasta Picton. Nos costó a los siete más el coche sobre 400 euros. Como se aprecia en el mapa, el viaje no es directo: hay que salir de la bahía de la capital y luego, en la otra isla, el barco continua entre una marejadilla de islas y fiordos.


Aunque la salida era a las 9 de la mañana, estábamos bastante antes haciendo cola.


El del fondo era nuestro barco, de la compañía Interislander.


Abandonamos la isla Norte teniendo muy presente lo que habíamos leído del estrecho de Cook, que se considera una de las aguas más peligrosas del mundo. Su anchura mínima es de 25 kilómetros, pero el viaje se alarga bastante más por el recorrido que realiza el ferry.


Si bien son (habitualmente) aguas peligrosas por sus caudales extremos y cambiantes y las frecuentes tormentas, nosotros nos encontramos un mar en extremo tranquilo, si acaso, algo ventoso. Pero no son aguas profundas, con una profundidad media de 128 metros.


Abandonamos  pues Wellington con un tiempo espléndido y preguntándonos si las crónicas de viajeros que no habían podido salir siquiera a cubierta y ni idea tenían del aspecto del estrecho serían ciertas.


Pero según pasaban los minutos empezábamos a darnos cuenta de que habíamos tenido una enorme suerte.


Sin embargo, lo mejor estaba por llegar al empezar a navegar por el laberinto de canales que surcan esta parte de la isla Sur. 


Hubo momentos en que parecía que discurríamos entre fiordos, pues, además del paisaje, prácticamente no era perceptible presencia humana en tierra. Casi no había casas (las pocas que vimos dedujimos que solo tenían acceso por mar), por supuesto tampoco carreteras ni tendidos eléctricos. Como si fuéramos los únicos habitantes.


Gracias a contratar este tour entre las islas con seguro de tiempo pudimos pasarnos el viaje en cubierta impactados por las vistas, aunque eso sí, protegiéndonos del sol.


Por sí misma, una excursión excelente.


Adentrados ya en los canales observamos estas plataformas, que suponemos un tipo de batea (¿de mejillones?) como las que pueblan las rías del sur de Galicia.

Picton, el pueblo al que llegó el ferry
Cumpliendo el horario, el ferry llegó a Picton a las 12,30, la localidad entre altas montañas donde íbamos a iniciar la segunda parte de la ruta. De inmediato nos pusimos en marcha hacia Nelson, aunque nuestro destino final para un par de noches era Kaiteriteri. Por el camino, un sol de justicia y, cuando nos dimos cuenta, el termómetro del coche marcaba 28º. Una completa sorpresa y el mayor calor de todo el viaje, aunque al rato se moderó un poco. Junto a la carretera, grandes plantaciones de viñedos.

Para situarse sobre lo que significa un día de este tipo, ahí va un párrafo de nuestra guía: "Tras el viento de  Wellington y el mal tiempo del estrecho de Cook, encontrarse con este sol y 10º suele ser toda una sorpresa". Estábamos estupefactos... y acalorados. En cualquier caso, este área es la más soleada del país, pero con temperaturas medias en enero y febrero (pleno verano) de 22º.

Nelson, donde dimos un pequeño paseo
El tour por la calle principal de Nelson (a cuenta del almirante británico), resulta agradable, y con su nombre no resulta raro que esta vía se denomine Trafalgar. Es la capital de la cerveza artesanal y también del arte para vestir. Cuenta con amplia historia desde el año 1840, cuando empezó a formarse la ciudad, con un sinfín de conflictos con los maoríes en sus cercanías sobre todo por la falta de tierra cultivable. 


Después de Nelson seguimos hasta nuestro destino, Kaiteriteri, ya junto al parque nacional de Abel Tasman, objetivo principal. Habíamos recorrido desde Picton 168 kilómetros, en los que empleamos cerca de 3 horas, por tanto con carreteras para circular despacio. 


Habíamos contratado un bungalow de madera en el Kimi Ora Eco Resort, que estaba francamente bien.


Contaba con un amplio salón-comedor-cocina y cuatro habitaciones agradables. Y piscinas, interior y exterior, jacuzzis...etc.



Kimi Ora (en maorí, "que estés bien") contaba con un coqueto restaurante con vistas al mar, con la particularidad de que era vegetariano. Allí también desayunaríamos los días siguientes y le dimos un notable alto (pese a que en la cena fueron un poco lentos de más). Precio total de dos días con los desayunos, 706 euros. Pero mereció la pena.


La visión desde el restaurante reconfortaba, aunque dependía del estado de las mareas. Con la baja, el mar se alejaba muchos cientos de metros, quizás más de un kilómetro, y entonces la vista era un mar de arena. En puntos cercanos la marea baja deja el agua a 6 kilómetros de distancia.


La víspera, antes de llegar, habíamos reservado un watertaxi para el día siguiente a fin de llegar al interior del Abel Tasman, un afamado parque nacional que se puede recorrer caminando durante varios días, ya que cuenta con zonas de acampada y todo tipo de atractivos en forma de playas vírgenes.....todo un paraíso.


Al tener el tiempo ajustado, optamos por hacer solo una parte de la ruta costera, pues en total son 60 kilómetros .


Para variar, resultó un nuevo día de sol radiante y así contemplamos como introducía los watertaxi en el mar. No tienen otra opción ya que en marea baja se quedan sin agua. En ese caso el tractor recorre la arena hasta el punto donde el barco puede navegar.


Esa mañana hubo suerte y la marea estaba alta, con lo que todo resultó más sencillo.


La habilidad de los tractoristas llamaba la atención. En unos segundos la embarcación pasaba de tierra a agua casi sin transición. Cosas de la práctica.


Previa colocación del chaleco salvavidas iniciamos la ruta marítima al corazón del Abel Tasman, nombre del explorador holandés que recorrió e investigó esta parte del mundo en el siglo XVI. Dábamos por supuesto que el paseo en la lancha era un medio para llegar al punto de inicio de la ruta terrestre, pero qué va, el capitán nos dió unas vueltas para ver la zona, incluída esa curiosa roca partida por la mitad que nosotros bautizamos como "berberechiña", en alusión a una coña de las horas de furgoneta.


También pudimos disfrutar de unas focas y en general de un paisaje magnífico de mar azul intenso, islas, bosques y soleada tranquilidad.


Con ese estado de ánimo pletórico desembarcamos en la Anchorage Beach para iniciar un paseo de algo más de 12 kilómetros por la costa del parque nacional. A destacar que el piloto quiso demostrarnos que el motor tenía potencia y lo puso a lo que nos pareció máxima velocidad.


De la playa en cuestión poco se puede decir que no muestre la fotografía inferior y la que es la portada del blog. Lo reunía casi todo, pero veríamos más así y en una de ellas nos dimos un agradable chapuzón.


Un paisaje sin duda especial, que se te mete directamente a los sentidos.




Iniciamos la andaina satisfechos, pero a la vez protegidos de un sol que en estas latitudes, con cierta proximidad a la Antártida, puede ser más dañino. Empezamos con una empinada ascensión, pero el camino era de tierra compacta y muy bien señalizado facilitaba la subida.


Abundaban los miradores (a veces había que desviarse para llegar) que ofrecían panorámicas como esta (arriba).


Gran parte del camino lo hicimos bajos unos bosques que daban sombra y nos permitían ver de cerca los helechos arbolados, utilizados incluso como decorado para fotos artísticas.


En general el camino tiene poca dificultad, con abundantes tramos planos, aunque siempre dependía de las características de los montes próximos al mar.


Aunque es un lugar tranquilo, dada su amplitud, nos cruzamos con numerosos grupos de gente, muchos de ellos pandillas juveniles de excursión, normalmente cargados de mochilas para pasar unos días. 
En un primer momento detectamos abundantes sandflies, esas moscas que pican de las que tanto nos había prevenido Álvaro. Nos rociamos con abundante repelente y la cosa no fue a  mayores, en general, aunque hubo quien sufrió algún picotazo.


Tras un buen rato de marcha echamos el ancla en la playa de Stillman, donde parecía que la armonía existencial se hacía aún más patente. 


Un lugar especialmente bello y tranquilo, donde nos dimos un baño. Había algún grupo de personas más y tras unos árboles se adivinaba una cabaña, cuyo propietario supusimos era una persona afortunada. No hay otra vía para llegar aquí que la marítima o el sendero y quizás eso resta presión. También localizamos unos baños tipo letrina aceptables en cuanto a limpieza y con papel higiénico.


La playa sirvió también para que Álvaro sacara rendimiento de su cámara acuática.


Que permite obtener imágenes curiosas como esta.



Tras está parada lúdica y reposada reanudamos la marcha, pero con el lugar  grabado en nuestra mente. En este camino hay que tener presente el calendario de mareas, ya que en algunos sitios puede que haya que forzosamente caminar por el agua. No fue nuestro caso.


Tras unas cuatro horas de marcha neta, ya que caminábamos tranquilos e hicimos varios desvíos, llegamos al lugar de partida.



Allí descubrimos a un enjambre de tractores listos para sacar barcos del agua. 


Antes de retornar al albergue, una merecida cerveza en un chiringo cerca de la playa. Después, compra en el super para hacernos la cena (el restaurante del alojamiento cerraba el domingo) y, tras un relajante baño de piscinas y jacuzzis, nos acomodamos en el comedor a tomar unos pollos asados y pronto a la cama que estábamos cansados. Con luna llena, está era la vista desde nuestra cabaña .


Y al día siguiente, proa hacia Westport para seguir profundizando en la isla Sur.


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