martes, 5 de diciembre de 2017

(9) Recorrido espléndido por Westport, Parque Nacional de Paparoa y Hokitika


Este llamativo puente colgante, Swingbridge (puente giratorio traducida al español), apareció ante nuestros ojos mientras realizábamos el trayecto entre Kaiteriteri y nuestro siguiente destino, Westport, en la zona de Murchison. Atravesábamos el interior del norte de la isla Sur para estar en disposición de recorrer la costa este, hasta donde es posible, durante varios días. Son en total 236 kilómetros (3 horas y 20 minutos de trajín al volante), pero tras los primeros 140 kilómetros nos detuvimos en la Buller Gorge.


Está ubicado en un sitio especial, donde el río de aguas azul verdoso que sortea casi se encajona en un  barranco rocoso.


Dicho y hecho, sacamos los tickets (¡esto no es un museo!) por la opción doble: puente para allá y regreso en tirolina por unos 15 euros, y de nuevo bajo un sol de justicia.


El puente se menea con el movimiento de los que lo cruzan, pero dimos por garantizado que no iba a pasar nada.


Y bajo nuestros pies, el agua del río.


En fin, que pasamos el puentecillo y regresamos, como se ve a Jaime en la imagen superior, volando por la tirolina. Pasamos un  buen rato. Allí mismo existía la posibilidad de un recorrido en un barco rápido por el río (seguíamos queriendo tener esa experiencia) pero había que esperar demasiado y decidimos seguir ruta.


Llegamos a Westport sobre las 3,30 de la tarde y, tras instalarnos, fuimos sin más a hacer un recorrido por la costa, a Cape Foulwind Walkway a unos 12 kilómetros del pueblo.


Era una ruta maravillosa en la que paseamos por unos cortados junto al mar en un camino con pequeñas ondulaciones, muy suave.


Abajo, rocas y bajíos conforman un atractivo paisaje.



En el trazado había que superar cada poco una barreras, suponemos destinadas a cortar el paso a animales (había por allí rebaños de caballos), pero las personas tenían que brincar, no había hueco alguno.


Estuvimos en Cape Foulwind unas dos horas y pudimos observar restos de una antigua cantera, un faro y algunas focas retozando sobre rocas.


Tras la excursión regresamos a Westport, en sus orígenes un pueblo minero, que ahora cuenta con unos 4.000 habitantes.

Pese a tan escaso número de vecinos, en la calle principal vimos tres oficinas bancarias, un amplio edificio municipal, biblioteca y museo. Por cierto, al caer la noche se levantó un viento fresco que nos hizo pasar algo de frío tras un día caluroso.


Y el motel, lo que ya vamos considerando típico, instalaciones cómodas, funcionales y muy limpias. Se trata del Buller Court on Palmerston, donde pagamos en total 273 euros por dos apartamentos de dos habitaciones. 


Antes de acostarnos cenamos en Denniston Dog, una sabrosa carne a la piedra.

Al día siguiente, el programa consistía en llegar a Hokitika con alguna actividad por el camino. La ruta fue estupenda con algunas paradas muy interesantes. Se tardan dos horas en cubrir los 140 kilómetros que separan ambas localidades, en todo momento bordeando la costa, siempre con sorpresas detrás de una curva. La primera detención fue para echar un vistazo al Truman Track, en Punakaiki.


En algo más de un cuarto de hora bajamos hasta el mar por un denso bosque en el que abundaban árboles llamativos. Hacia calor, pero bajo la espesura se estaba a gusto. Había palmeras, pinos rojos, metrosideros, muchos de gran tamaño.


Al final, unos miradores permiten contemplar unos amplios arenales a los que podía bajarse a pasear (el baño estaba desaconsejado por el estado agitado del mar).

Siguiendo en la región de Punakaiki y el Paparoa National Park, decidimos continuar hasta las Pancake Rocks, una importante atracción turística.


Como se aprecia en el cartel superior, hay un paseo diseñado para observar estas curiosas rocas calizas en capas casi de pastelería con un recorrido circular de cerca de media hora. En la imagen inferior te avisan de los riesgos que corres si te encaramas donde no debes para hacer una foto: "¿Vale la pena morir por una foto?".


Lo tuvimos en cuenta, pese a las apariencias.


El lugar donde nos encontramos, el Dolomite Point, es famosos por las formaciones de rocas calizas que se asemejan a capas de gruesas crepes.


Son muy llamativas y los paseos de madera permiten hacer un cómodo recorrido. Ah, y gratuito.


Esta sucesión de rocas en capas atraen la atención, y además tuvimos la suerte de coincidir con la marea alta con lo que resultan todavía más espectaculares.


En la base de las rocas hay numerosas cuevas por las que penetra el agua y sale disparada.


En la parte final, un cartel (abajo) te pregunta que es lo que ves el fondo (arriba), sugiriendo formas de animales en las rocas y determinados dibujos. Realmente, es así.


Seguimos desde aquí hasta Greymouth, pero solo para dar un pequeño paseo y tomar nuestro cafetito habitual del mediodía con algo sólido.


Paseamos junto al espigón con muro que han construido junto al río Grey (el nombre del pueblo en maorí es Pa Mawhera, "desembocadura ancha del río") con un finalidad sencilla: evitar inundaciones tremendas como las que muestran unas fotos allí expuestas. Tiene fama por las minas de jade y oro que existieron, y también por una conocida fábrica de cerveza.


Recalamos en el Ali's Café, en el que junto a las mesas se ofrecía nvarios sofás. En uno de ellos tomaba algo una pareja con un niño. Todo se habían despojado de su calzado y caminaban por allí descalzos, una costumbre muy extendida en todo el país (bastante incomprensible para nosotros) y que a fuerza de repetirse casi dejó de llamarnos la atención. También por las calles vimos gente descalza, a veces incluso haciendo footing.


Seguimos camino a Hokitika atravesando una llanura costera en la que mejoró la carretera. Y más que lo estará, ya que estaban desdoblando un puente y habían desviado el tráfico por otro situado al lado, solo que era del ferrocarril. No es frecuente conducir el coche sobre raíles, como hicimos.


La fundación de este pueblo se debió a la fiebre del oro allá por el lejano 1864, pero en la actualidad no nos causó especial impresión, al contrario que su kilométrica playa, zona de naufragios batida por el mar de Tasmania, una parte de la cual recorrimos.


Está protegida por un espigón de bloques de piedra, prueba de que el mar no siempre ofrece el aspecto plácido de aquella jornada.

Y puestos a identificar el pueblo, con cuatro troncos apañaron.


Y en la playa, un rompedor modelo de mobiliario urbano, aunque no muy lejos, ya en el pueblo, localizamos otros también distintos de los habituales.

Y sigue la amistad....


Antes del paseo por la playa, localizamos lo que se anunciaba como The National Kiwi Centre y como estrella la posibilidad de ver kiwis, el casi extinguido pájaro tradicional de las islas. Entramos y su interior, bastante cutre, nos decepcionó un poco. Había algunos peces (abajo) y una recreación de la pesca de whitebanting, unos pececitos de río minúsculos, poco más que angulas. Los capturan con una especie de nasas tupidas y son muy valorados. Explican los neozelandeses, que "pescarlo no es un deporte ni un negocio, sino una religión". Los probamos en un restaurante días después en tortilla y nos encantaron.
Estuvimos un rato viendo las evoluciones de estas curiosas morenas. 



En cuanto a los kiwis, al tratarse de un animal nocturno, para que se le pueda ver le crean un hábitat oscurecido y entonces pasea, ignorando que se le observa tras un grueso cristal. Lo puedes ver con unas luces rojas que arrojan un mínimo de claridad. Es un bicho curioso y simpático, y muy longevo, hasta 100 años de vida. Desprenden un olor muy peculiar, que hace que perros y gatos los detecten hasta a 20 kilómetros.


Y para cerrar la jornada, nos hicimos la cena en nuestro motel, en el que nuestros apartamentos disponían, respectivamente, de 6 y 5 plazas, con lo que casi podíamos subarrendar alguna.





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