sábado, 25 de noviembre de 2017

(5) "Kia ora", en busca de las esencias


Nueva Zelanda es paisaje, suele decirse, pero no es exacto. Hay también otras cosas y el desplazamiento a Rotorua, previa parada en Matamata, sirvió para comprobarlo. Veníamos de la costa y nos internamos en el interior de la isla, y en esta localidad de nombre  casi castellano encontramos... ¡el pueblo de los hobbits!

Desde luego no fue una sopresa, claro. Sabíamos que allí se rodaron los exteriores de las películas basadas en la trilogía de Tolkien y alguien tuvo la inteligencia de mantener el pueblo construido con esta finalidad que ahora se ha convertido en  la meca para los seguidores, que llegan por millares.


En nuestro caso solo había dos interesados en visitar el parque temático hobitiano, por lo que el grupo se dividió.




Los primeros contrataron el tour con la empresa que lo explota, única manera de acceder al recinto, al precio de unos 50 euros per cápita, no precisamente módico.


Pese a ello, volvieron realmente encantados y asegurando que solo esa mañana justificaba el viaje a NZ. En Hobbiton se encontraron el pueblo que se ve en las pelis tal cual, ya que se ha mantenido en idénticas condiciones.


Admiten, eso si, que frustra un poco echar un vistazo al interior de las cabañas, ya que los interiores se rodaron en Wellington, por lo que están vacíos.


Ni mucho menos les importó la cantidad de gente que allí acudía, con nuevos grupos cada media hora.



El resto del grupo decidió dar un paseo junto al río Waikato, en un tramo del South Waikato Trails, que también dejó muy buenas vibraciones.

Hermosos helechos árboreos junto al río Waikato
El Waikato (agua corriente, en maorí)) es el río más largo del país, con 425 kilómetros, desde su nacionamiento en el lago Taupo hasta el estuario del mar de Tasmania. Está rodeado de una exhuberante vegetación, en la que abundan los helechos arbóreos. Leímos en algún sitio que la mayor parte del agua embotellada del país procede precisamente de este río.


Esta planta fue todo un descubrimiento, ya que son árboles tipo palmera con hojas de helecho, una mezcla de gran belleza, nada que ver con los helechos de temporada que pueblan Galicia.


El recorrido es muy suave, por plano, ya que discurre junto al curso de agua, que en ocasiones discurre con gran fuerza. Lo anuncian para tres horas pero nosotros, sin esforzarnos, nos ahorramos media.


Desde luego, no es un paseo para ir a meditar. Había mucha gente, especialmente grupos numerosos de asiáticos, pero sitio de sobra para todos.

Agua transparente como fondo de una gran amistad......
 El agua es clara-clara, y permite en todo momento ver el fondo y sus numerosas plantas acuáticas. Todo un espectáculo.


Es tan caudaloso, que se utiliza para cubrir parte de las necesidades de Auckland, adonde una tubería de 35 kilómetros lleva el 8% del agua que se consume. Seguro que influye su calidad, pues a la vista ofrecía una nitidez poco frecuente. 


Durante la jornada recorrimos 220 kilómetros: 150 hasta Matamata (dos horas de conducción) y otros 70 para alcanzar Rotorua (casi otra horita). En esta ciudad teníamos reserva en un motel clásico a la usanza norteamericana, aunque con acceso en túnel (imagen superior) poco habitual. 



El Pohutu Lodge (542 euros dos noches, para todos) y la distribución habitual: dos apartamentos, cada uno con dos habitaciones, salón-cocina, un baño completo y un segundo sin ducha.


Teníamos interés en conocer un paseo en altura en un bosque de grandes árboles, comunicados por pasarelas por las que circulan los visitantes en pasarelas de madera a diez metros del suelo, más o menos. Como no había otra posibilidad, acudimos de noche. Su nombre es Redwoods Treewalk.


A algunos nos recordó una experiencia similar en Chiang Mai, en el norte de Thailandia, aunque allí es a mucha mayor altura y en tirolinas.


Fue un rato agradable, aunque de repetir elegiríamos el paseo diurno, aunque no haya faroles. La única pega fue el mal rato que pasó uno de los viajeros, que cubrió el recorrido pese a sus problemas de vértigos. En cuanto a seguridad, los carteles prohíben que haya más de ocho personas en cada tramo de pasarela, pero nadie vigila que se cumpla. En nuestro caso, nos esforzamos para que fuera así.


Al día siguiente decidimos desayunar a lo grande en el Holiday Inn, que estaba relativamente cerca del Motel por indicación de la encargada y para poder llegar pronto a Waiotapu, un área termal y de actividad geotérmica que tiene mucho que ver con el éxito de Roturua como centro turístico.


La visita que realizamos incluye un espectacular géiser y después un largo recorrido por un conjunto de lagos con actividad geotérmica. Son tres kilómetros de paseo contemplando llamativas visiones de agua hirviendo y vapores, de diferentes colores, como se aprecia en las fotos siguientes. Respecto al géiser, su actividad se provoca, como ocurre, por ejemplo, en el parque nacional de Timanfaya (Lanzarote).


Como es fácil imaginar, es un lugar muy visitado y es preciso pasar previamente por taquilla y pagar aproximadamente unos 20 euros por adulto, pero merece la pena por su espectacularidad. No es algo que uno vea a menudo.


El origen de estos lagos de múltiples colores de agua a gran temperatura, acompañados en ocasiones de fumarolas de vapor, es volcánico.


En ocasiones el vapor dificulta la visión de los lagos, muchos de ellos vallados para evitar accidentes.


En ocasiones (foto superior e inferior) el agua del mismo lago tenía colores distintos por zonas según los minerales.



En medio del recinto, unas esculturas maoríes para cambiar el registro.


En algunos de los lagos, bautizados con nombres como Cráter del Trueno, Tinteros del Diablo y cosas así, el olor a azufre es muy intenso.


Toda la región está cubierta por cráteres derrumbados, y solo una parte esta preparada para la visita turística.


Por si alguien se olvida, los carteles informan de zonas con el agua a temperatura de ebullición, aunque no ocurre en todos los lagos.



Es realmente entretenido observar los cursos de agua y  maravillarse de que con esa actividad geotérmica pueda haber vida vegetal cerca.


Alguno de los lagos ofrece cromatismos realmente llamativos. Según explican, el arroyo Waiotapu, tributario del Waikato, sirve de drenaje a toda la región, pero debido a las sustancias químicas de los manantiales termales carece de peces.



Salimos impresionados de donde llega la fuerza de la naturaleza y los fenómenos que produce.


Ya fuera del recinto, a unos kilómetros, encontramos un mirador desde el que se observa un largo de color gris-caolín en el que se producen constantemente pequeñas explosiones que elevan bolas de barro uno o dos metros, que luego quedan en la superficie con forma de huevo frito. Otro espectáculo, y este de acceso libre.


Tras esa intensa mañana, la tarde la dedicamos a conocer de primera mano la cultura maorí. Como turistas, nuestra opción fue contratar un recorrido-espectáculo-cena en una preparada aldea, un negocio puesto en marcha hace casi 30 años por los hermanos Tamaki. En la actualidad tienen varios espectáculos como este en NZ y dan empleo a 150 maoríes (información de los propios Tamaki).

Habíamos leído buenos comentarios y el resultado no nos decepcionó. Por lo demás, está todo organizado, hasta el punto de que un bus te recoge en el hotel e igualmente te divierte, ya que el conductor ejerce como animador durante el trayecto.


Uno de los viajeros del bus era un hombre sin brazos ni piernas, al que su acompañante trasladaba en una silla, asegurándolo con unas cintas para que no se cayera, y debía igualmente acomodarlo convenientemente en el bus. Quedamos impresionados . Al llegar, una vez que nos dieron explicaciones sobre como debíamos proceder, nos dieron la bienvenida formal por medio de un desafío pacífico.



Si algo nos hacía gracia explicaron que en ningún caso debíamos reírnos.


El aspecto de los maoríes, sus ropajes, tatuajes y bastones, sorprende y choca pese a que ya nos habíamos documentado. Hacen gestos muy llamativos, sacando la lengua y con los ojos desorbitados: la manera de asustar al enemigo.


Los maoríes se saludan nariz con nariz, mirándose a los ojos y, tras la recepción al numeroso grupo de turistas (varios autobuses con algo más de 200 personas) entramos en los terrenos de la aldea. Allí nos dividimos en grupos.


Durante el recorrido nos explicaron distintas actividades, juegos y danzas, seleccionando siempre a varios visitantes para que intentaran repetirlos, habitualmente con escaso éxito.


El plato fuerte tuvo lugar en la casa de reuniones, donde realizaron varias danzas y cantos tradicionales, en las que el movimiento se completaba con gritos, movimiento, ritmo y el conocido gesto de sacar la lengua y agitarla.


El poblado intenta ofrecer detalles de la cultura del pueblo que los europeos encontraron al instalarse en NZ.



Los maoríes cocinaban sobre piedras calientes haciendo agujeros en el suelo que convertían en improvisados hornos cubiertos. Así prepararon estas verduras y carne, que luego degustaríamos en una cena formal. Un sistema de cocina conocido como Hangi.


Tras la cena, un bufé libre que no estuvo mal, nuevas actuaciones y cánticos hasta la hora de abandonar el poblado. El precio no fue barato (65 euros personas, cena incluida), pero lo vimos razonable en función del espectáculo.



Por ello salimos satisfechos entonando el "Kia ora", término maorí que sirve tanto para saludar como para despedirse, hola y adiós, pero con la duda de si lo que habíamos visto realmente se aproxima al antiguo modo de vida de los maoríes. Unos días después, al visitar el museo central de Wellington, con una planta dedicada a las tribus maoríes, confirmamos que realmente era así.


No hicimos nada más en Rotorua tras este intenso programa. Simplemente, al día siguiente nos acercamos al centro de la ciudad para conocerla, ya que el motel se encontraba en las afueras. Es una urbe al estilo de las que íbamos viendo: edificios sin alturas, salvo excepciones, calles amplias, muchos parques y numerosos comercios. En la misma ciudad se observan fumarolas y huele bastante a azufre. Es evidente que el turismo es su principal actividad.


Dimos unas vueltas, desayunamos y vuelta a la carretera  en dirección al Tongariro, uno de los platos fuertes del viaje. Así lo preveíamos y así fue.


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