jueves, 23 de noviembre de 2017

(4) Explorando la costa este

Vista de Paihia desde nuestra casa de alquiler
No hay mucho que añadir a la imagen idílica de la Bay of Islands, en la que se encuentra Paihia, nuestra siguiente parada. La pudimos disfrutar desde nuestra casa (la Marlin House), donde pasamos una noche. Nos acomodamos en una especie de piso con cuatro habitaciones y dos baños. A pesar de que no cenamos en la casa, la verdad es que la cocina estaba superbien acondicionada y dotada con todo tipo de menaje. 


Los propietarios residían en una vivienda anexa y nos mostraron nuestros aposentos. Dado el buen tiempo, la terraza, con vistas maravillosas,  en la que desayunaríamos al día siguiente, resultó la pieza principal.


Es una de las ventajas de contar con cocina, como así fue en muchas ocasiones. Por lo demás, el apartamento fue amplio y bastante cómodo. Pagamos unos 225 euros por una noche.



Tras instalarnos, mientras un grupo hizo algo de compra el resto gestionó en el I Site los billetes del ferry que unos días después nos permitiría trasladarnos a la isla sur por el estrecho de Cook. Después dimos una vuelta por la agradable localidad de  Paihia, ya que no habíamos llegado a tiempo para pillar un barco que nos diera una vuelta por la bahía, tal y como teníamos previsto.



Dentro de la intendencia económica del grupo (siete personas un mes completo) fue vital disponer de splitwise, una aplicación que habíamos instalado todos en el móvil. Se encarga de llevar la contabilidad y da igual quien pague. Se anota y se indica a quien corresponde el gasto, realiza la división y organiza las deudas. Va modificándose con nuevos gastos y siempre se sabe cuánto ha pagado cada uno y a quien debe o quien le debe. Es magnífica y nos permitió desterrar los vetustos botes, por lo demás complicados en el extranjero. Hemos comprobado que ya no podemos viajar sin ella, aunque sean desplazamientos más sencillos, un alivio para nuestra habitual tesorera.

Además de gestionar el ferry futuro, esa misma tarde cruzamos en barco a Russell, al otro lado de la bahía.


Fue un desplazamiento corto, al estilo de cruzar la ría deVigo, e igual de agradable.



Pese a tratarse de una pequeña localidad (no llega al millar de habitantes), Russell tiene mucha historia: fue el primer asentamiento europeo en NZ y también el primer puerto del país. Y allí está igualmente la iglesia más antigua.


Ajenos a tanta historia y edificios singulares, un hito en un país tan joven, nos dedicamos a pasear, disfrutar del paisaje y el pueblo y a bromear, todo ello antes de ir a cenar. Sí nos dimos cuenta que es un apreciado lugar de veraneo para los neozelandeses por ser de las zonas con mejor temperatura.


Elegimos The Gables y esta vez optamos por especialidades de pescado, excepto algunos que se dejaron seducir por el anuncio del mejor fish and chips de NZ... y luego miraban con envidia los pescados sin rebozar. La cena estuvo bien, pero el servicio fue excepcionalmente lento y el local disponía de una iluminación tan escasa que parecía de los primeros pobladores. 


Después de cenar retornamos por la misma vía marítima a Paihia disfrutando de la vista nocturna. Teníamos ganas de ir a la cama, pues aunque iban pasando los días el jet lag seguía. A la vuelta, ya en Galicia, se repetirá la situación, incluso agravada. 

En la Marlin House, antes de acostarnos, cerramos la operativa del periplo sacando los billetes de avión de Cristchurch a Auckland (final del viaje), que costaron menos de 100 euros cada uno, maleta incluída. 

Pese al cansancio vespertino, a la mañana siguiente veíamos todo de otro color desde la terraza. Aunque la casa estaba bien, tuvimos problemas con la wifi, que tardó en estar disponible. En general funcionó bien durante el viaje, con la excepción de moteles que solo daban acceso limitado en datos, con lo que inevitablemente pasado un rato se terminaba y debías pagar o quedarte sin Internet. En otros fue totalmente libre y con elevada velocidad, lo que agradecimos para poder estar en contacto con nuestra gente y también informados. Solo hubo un sitio donde no hubo wifi de ningún tipo en el Parque Nacional Tongariro.


Si Russell fue el primer asentamiento, muy cerca de Paihia, en Waitangi, se escribió la historia moderna de Nueva Zelanda con el famoso acuerdo suscrito con los maoríes de 1840. Pese a su confusa redacción, se considera un documento fundamental de NZ y los pobladores nativos entendieron garantizados sus derechos.
Existe un museo dedicado a analizar con detalle el tratado (foto inferior), pero la visita superaba las dos horas, con las que no contábamos y el precio nos pareció elevado para una visita guiada en inglés de NZ que no íbamos a entender. Prescindimos y lo cambiamos por un paseo reposado por la playa cercana.


De seguido proseguimos ruta en dirección a Orewa (196 kilómetros, dos horas y 40 minutos de coche), recorriendo la cara este del norte de la isla, casi siempre lejos del mar. Antes hicimos una larga parada en Whangarei Falls, llamativas cascadas situadas muy cerca de la ciudad del mismo nombre.


No son las de Iguazú ni su altura es extraordinaria (25 metros), pero conforman un escenario agradable y refrescante. Aquí un video.



Son muy conocidas y presumen de ser las más fotografiadas del país.


Descendimos a su base y dimos un paseo por un área boscosa que destaca por su vegetación autóctona y densa.



Whangarei es la urbe más septetrional de NZ (75.000 habitantes) y, como todas, está muy extendida ya que los edificios en altura, fuera del centro de las grandes ciudades, son una rareza.


Tiene un área muy cuidada junto al puerto deportivo, lleno de tiendas y restaurantes, donde nos detuvimos hasta el momento marcharnos.


La carretera hasta Orewa nos pareció un tanto infernal, en línea con lo que estábamos viendo en toda la isla (cambiaría en el sur, donde el tráfico es menor y hay grandes rectas). La confluencia de curvas, pendientes y densidad de vehículos, incluidos grandes camiones con trailers obliga a una conducción lenta y muy atenta, que solo se atenúa a ratos cuando aparece un tercer carril para adelantamientos. La consecuencia es que hay una elevada tasa de accidentes y la paralela campaña para reducirlos. 


Llegamos sin problemas a Orewa y aunque los alojamientos estaban siendo todos muy aceptables está superó a los que habíamos utilizado. Es el Ocean View Lodge, por el que pagamos 269 euros.



No es que tenga gran importancia para pasar una horas, pero teníamos de todo, hasta piano, y estaba muy limpia, algo que se repitió casi siempre.


Hacía calor y el paseo (necesariamente en coche porque estaba a unos dos kilómetros de carretera en cuesta) hasta la playa incluyó un primer bañito, entre otros motivos por el interés de Álvaro en estrenar la cámara acuática que había adquirido para el viaje.


Se lanzó a disparar fotos contando con nuestra colaboración, aunque descubrió que con el aparato después es un poco latoso el chapuzón.


La foto superior fue el logro de la jornada, la que unánimemente consideramos la mejor del día.


En la casa decidimos regalarnos una cena a base de pasta (con gambas y setas), ensalada y vino (en el súper los había asequibles) tras varios días de restaurante.


El hermoso comedor nos sirvió al día siguiente para el desayuno, que hacíamos siempre pronto pues madrugar no nos costaba (también nos acostábamos pronto). Tras reponer fuerzas volvimos a la ruta para dirigirnos a Cathedral Cove. Antes se personó el dueño (o encargado) para cobrar el alquiler. Sin problema alguno, siempre respetando el precio acordado.

La configuración de la isla obliga a atravesar Auckland para seguir viaje al sur. Precisamente, en la entrada de esta gran urbe (1,5 millones de habitantes, la tercera parte del total de NZ) había atasco, de lo que nos advirtió el GPS. Seguimos circulando con calma para dirigirnos a la península de Coromandel, donde se encuentra Cathedral Cove.

Restos del antiguo muelle de Thames, ahora casi una escultura marina

Antes de llegar nos detuvimos en Thames (la influencia inglesa en la toponimia), la ciudad mas importante de la zona al inicio de Coromandel. Aunque todavía teníamos una tiradita hasta Cathedral Cove, le dedicamos un buen rato.

Ya cerca de esta localidad, en una zona de fuertes curvas, nos topamos con una retención. Minutos después en una rotonda se había producido un accidente. Un camión había embestido a un turismo muy poco antes, pues no habían llegado los servicios de emergencia y unos ciudadanos trataban con buena voluntad de regular la circulación. Dentro de un coche era visible una mujer atrapada y no parecía estar muy bien. Al poco varias ambulancias y coches de policía y bomberos se dirigían al siniestro.


Recorrimos el paseo marítimo, donde se encuentra una vieja estación de tren de hace ciento y pico años, de la época del desarrollo de la ciudad por la minería del oro.


Tiene numerosas casas de época y una larga calle comercial.

Cómo no, cuenta con un gran parque con ejemplares impresionantes de un árbol endémico de esta isla, el pohutukawa, una de las variedades del metrosidero que aquí llaman también árbol rata. El de la imagen superior era realmente espectacular.


Pero había otros muchos.
Bungalow Tatahi Lodge en Hahei
Nuestro alojamiento de esa noche en Hahei, el Tatahi Lodge, eran dos cabañas muy bien estructuradas, cada una con dos habitaciones, baño y cocina-salón (152 euros cada una), todo ello en un recinto arbolado. Seguíamos considerando buena la relación calidad/precio.


Tras informarnos de la ruta y reservar un restaurante para cenar a la vuelta, nos fuimos paseando hasta Cathedral Cove, una espectacular playa.


El paseo nos llevó una hora, con abundantes bajadas y subidas y un gran descenso al final (150 escalones), siempre en medio de un paisaje vistoso.


Habíamos visto fotos, pero aún así la realidad sorprende, con una playa dividida por una roca horadada por la naturaleza, que con la marea alta cierra el acceso al segundo arenal.

A la derecha, acceso al arenal por la enorme oquedad de la roca


Era ya el final de la tarde, con el sol de retirada, pero el escenario animó a algunos a darse un chapuzón e incluso a competir con sus esculturales cuerpecitos.


El acceso en túnel no es el único atractivo de Cathedral Cove, como puede apreciarse.


La playa nos recordó la de las Catedrales, en Ribadeo, entre otras cosas porque la marea también la cierra y hay que tener muy presente cómo está cuando se programa la visita. 


En el camino de regreso seguíamos maravillados por el paisaje, tanto que tuvimos que tomar asiento para digerir tanta belleza.


Como el día discurría con tintes religiosos, tras visitar la Catedral fuimos a cenar en un restaurante que no por casualidad se llamaba The Church, ya que se ubica en una antigua iglesia.


El establecimiento tiene demanda ya que debimos aplazar la cena hasta las 7,45. Queríamos ir antes, pero no pudimos. Nuestra urgencia era el apetito, ya que no habíamos tomado nada desde el desayuno, un sistema que mantuvimos la mayor parte del viaje con un café al mediodía.


La sorpresa fue el excelente castellano de la camarera, Rosario, una peruana de Lima que llevaba un tiempo trabajando en NZ. Simpatiquísima, nos orientó con la carta, en la que había carnes y también salmón. 



Caímos en la tentación de los postres, que resultaron más contundentes de lo previsto. Sin vino (por las nubes) nos salió por 33 euros. En los días que llevábamos habíamos comprobado que la propina no se lleva (solo en Wellington nos la reclamaron al estilo americano recogiendo esa posibilidad en la propia cuenta), un alivio para el turista.


Siguiendo la costumbre, al día siguiente nos montamos nuestro desayuno en el exterior de las cabañas, en el que no nos privamos de casi nada.


Antes de abandonar Hahei nos acercamos a ver la playa más cercana al pueblo


Sin llegar a la espectacularidad de Cathedral Cove resultó un hermosísimo arenal. 



Después salimos en dirección a Matamata para seguir a continuación hasta Rotorúa, donde haríamos la primera estancia de dos noches de la ruta.


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