domingo, 19 de noviembre de 2017

(2) Hong Kong, abigarramiento y pleno empleo


Queríamos ir a Nueva Zelanda y el viaje elegido con Cathay Airlines incluía sendas paradas de unas 9 horas en Hong Kong. Lo que podía ser un problema lo convertimos en un activo. Así, a la ida y a la vuelta intentamos conocer algo de esta megaurbe que parece la otra cara de NZ. En un pequeño territorio, colmatado, se hacinan más de 7 millones de personas, no el doble pero casi que en NZ. Pese a ello, presenta unos índices de riqueza importantes en el contexto asiático y roza el pleno empleo. A la ida, un simpático chileno, Willy (altogetherz@yahoo.com), nos condujo por la ciudad con enorme amabilidad. Gracias a nuestro guía estas horas dieron mucho de si. Llegamos a las siete de la mañana de allí que eran como la medianoche en España, con lo cual, al final de la jornada, agotados, ya teníamos totalmente alterados nuestros biorritmos y a eso de las seis de la tarde nos rendimos y volvimos al aeropuerto para, por lo menos, sentarnos un rato hasta la salida del siguiente vuelo a Auckland. 



La antigua colonia británica incluye varias islas y un pequeño territorio continental, todo hoy de titularidad china aunque con un régimen político especial (un país, dos sistemas) que funciona con problemas. En este cuadro, que vimos en el templo del buda gigante, se ofrece una visión artística del conjunto hongkonés. En la imagen inferior, la realidad (una de muchas posibles) que muestra la cámara fotográfica.


Resumiendo: una vez salvados los controles del aeropuerto, en los que no hubo incidencias, salimos de la mano de Willy dispuestos a aprovechar el tiempo disponible.


Habíamos oído hablar mucho del aeropuerto, de su tamaño y los servicios que ofrece, pero puestos a elegir preferimos pasear por HK. Tras una charla previa para fijar objetivos, sobrevolamos el mar en un enorme teleférico para llegar a la isla de Lantao.

El día estaba grisáceo y llovía, pero nos tomamos con tranquilidad la visita a Ngong Ping, donde se encuentra el famoso buda.

Se trata de un conjunto de templos y tiendas, junto al monasterio de Po Lin, con el buda como principal atracción.




Sin dudarlo, subimos los 240 escalones para llegar a la base de la escultura, de 34 metros de alto y 250 toneladas de peso. Construido en bronce, es uno de los cinco mayores budas de China y el más alto de los instalados antes de 2007.  La niebla impedía ver el buda nítidamente pero sin duda añadió atractivo.


Pese a lo desapacible del día, y a que empezábamos a disfrutar del jet lag, teníamos ganas de andar. Los visitantes íbamos preparados para las inclemencias climatológicas, pero no así Willy, que no se lo esperaba. Al rato tuvimos que prestarle algo de ropa para que aguantara la jornada.



Junto al gran buda hay otras seis esculturas de menor tamaño, y con la escasa visibilidad de la jornada conformaban una visión peculiar.



Cuando estábamos a punto de marcharnos apareció una procesión de la que no entendimos nada. Un grupo de fieles, suponemos, caminaban dando cánticos, agachándose y arrodillándose cada pocos pasos ajenos a la lluvia.


Añadió un plus a la visita, al margen de que para nosotros no tenía significado alguno, pero era llamativo.



Willy nos había propuesto ir despues en bus a un pueblo de pescadores, y luego al centro. Pero el autobús no apareció y, tras esperar en vano a que hubiera dos taxis, tomamos otro bus que nos llevó a la ciudad dando un rodeo.


El aterrizaje en esta megalopolis impacta. Cierto es que tiene zonas verdes y plazas, pero también enormes edificios y, pese a ser domingo, una actividad incesante. Supusimos que las jornadas laborables será mucho mayor.


De las opciones ofertadas por Willy optamos por almorzar en un lugar tradicional, pero resultó más tradicional de lo que habíamos imaginado.


El nombre de este peculiar restaurante es Lin Heung y allí no funciona el sistema habitual de pedir comida y que te la sirvan. Nada de eso. Si consigues sentarte, lo que no resulta sencillo y eso que compartimos una gran mesa con otras personas, cuando aparece uno de los camareros con platos hay que conseguir que te los deje en tu mesa casi al asalto.


Con esfuerzo logramos tomar una sopa y otras cosas que nos recordaron principalmente, claro, la comida china. No fue una maravilla, ni en cantidad ni en calidad, pero el precio resultó irrisorio y la experiencia gratificante.


Tras la comida iniciamos una larga pateada para ir descendiendo, dando mil vueltas, de la parte alta de la ciudad hasta el litoral.

Fueron varias horas de caminar, ver tiendas, asombrarnos del espectáculo que es esta ciudad.



Nos sorprendieron unas larguísimas escaleras mecánicas que permiten subir a un barrio alto sin esfuerzo.


Son bastantes tramos, están cubiertas y tienen enlaces con las calles donde terminan dichos tramos. Estaban concurridísimas.


Nos llamó la atención la escasez de edificios antiguos o que fueran reconocibles al menos como de la etapa colonial británica.

Un tanto cansados llegamos a la zona litoral, donde la ciudad cambia radicalmente.


Edificios enormes y modernos y un skyline atractivo configuran un waterfront gigantesco lleno de sedes bancarias, de compañías diversas, de auditorios y centros culturales, todo sin duda proporcionado a su población y a las necesidades de una urbe de negocios.

A estas horas ya estábamos pensando en retornar al aeropuerto, por aquello de no correr riesgos y también por el cansancio.

Así que cruzamos en barco a Kowloon, ya en territorio peninsular. Esto nos permitió hacer fotos de Hong Kong desde el mar.

Esta parte del territorio de HK tiene solo 47 kilómetros cuadrados y allí viven más de dos millones de personas, lo que la convierte en la de mayor densidad del mundo seguida de Macao.


Aquí ya solo dimos una vuelta y, con la ayuda de Willy, localizamos el transporte público para regresar al aeropuerto. Todo fue perfectamente.


Con la imagen superior nos despedimos de HK hasta la vuelta, pensando en que la segunda visita se centraría en Kowloon. Y así fue.


La foto de arriba pertenece ya al 16 de diciembre, cuatro semanas después, cuando a primera hora de la tarde salimos del tren del aeropuerto en la parada de Kowloon. Por el camino vimos la megaautopista de HK a Macao por encima del mar en fase avanzada de construcción. 

Esta vez , sin guía, las cosas no discurrirían de manera tan sencilla.


No es sencillo de explicar lo que nos sucedió. Básicamente, que no fuimos capaces de salir del conjunto de enormes edificios que rodean la estación, por cierto, también gigantesca. Costaba contar el número de alturas de estos inmuebles. Tremendos.

Por muchas vueltas y pese a intentarlo y reintentarlo, seguíamos en el interior de un barrio privado donde había vigilantes de seguridad y obras por todas partes, pero no accedíamos a lo que se entiende por una calle.


Veíamos a lo lejos el mar, pero era imposible llegar, siempre había obstáculos insalvables y grandes distancias para quedar luego bloqueados. Entramos en un complejo comercial de gran tamaño, pero la salida no aparecía por ningún lado. Exhaustos, barajamos volver al aeropuerto pues llevábamos así un par de horas.


Finalmente, salimos del centro comercial para adentrarnos en una zona de obras donde parecía que construían una población entera. Teníamos que caminar por zonas valladas y cubiertas y no dábamos con la ciudad. Cuando lo conseguimos, ya era de noche.


Ante ello, desistimos de recorrer bien Kowloon, asignatura que queda pendiente. Nos conformamos con las calles cercanas, en una de ellas con un mercadillo en funcionamiento, por cierto de escaso interés, cenamos algo en un restaurante y cansaditos dimos media vuelta. Esta vez si acertamos con la estación en un tiempo razonable. Y así concluyó nuestro viaje, que despedimos con una imagen desde el avión.





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