Hubo una vez una berberechiña mollada, como en la canción de Ana Kiro, que se metió en un túnel que iba de un punto a otro del planeta, de Galicia a las antípodas concretamente, y que fue muy comentada por siete galegos que se adentraron durante cuatro semanas en las tierras de Aotearoa, nombre maorí de Nueva Zelanda.
Se trata solamente de una anécdota en el ámbito familiar de uno de los viajeros, en el que una persona próxima dudaba sobre la manera real de llegar a las antípodas, pensando incluso que podía hacerse... mediante un tunel que atravesara la tierra.
Semejante historia, lógicamente, dio mucho juego en las horas de furgoneta, mientras recorríamos este país austral, y ahora la recordamos con cariño.
Obviamente, el viaje tocó a su fin y finalmente todos volvimos a casa y a las rutinas de siempre, pero Nueva Zelanda ya no es la de antes para todos nosotros. Hasta conocerla, era solamente una referencia geográfica lejana ligada al País de la Nube Blanca del que hablan las novelas de Sarah Lark, landscape novels las llaman, ya que al menos tres de sus trilogías y algún libro más de los que hace como churros, se desarrollan allí: paisajes, maoríes, enredos familiares, amores y desamores, algo de historia, todo cabe en ellas, con un resultado ciertamente facilón pero entretenido.
Fiesta maorí cerca de Rotorua |
Nos dieron ganas de aprender la "haka" para asustar a los enemigos |
Pues éso, volvimos y, aparte de un jet lag supercomplicado, ya que tardamos una semana en readaptarnos a los horarios, trajimos para siempre el recuerdo de un viaje intenso pero relajado que nos ha regalado paisajes extraordinarios y momentos muy especiales. Cada uno metió en la mochilita su propia visión para conservarla como un preciado tesoro al que recurrir en los tiempos bajos.
Arbolito en el botánico de Wellington |
Así, Beni, haciendo honor a sus apellidos arbóreos y sus genes celtas, recalca que me dejaron huella los ejemplares de árboles impresionantes en los parques urbanos, dejando de lado la apabullante vegetación de sus áreas naturales.
Mojadura voluntaria de Beni en el Milford Sound |
Beni, sumida en la contemplación de la actividad volcánica de Rotorua |
Aparte de esto, se duchó con ganas en una de las cascadas de Milford Sound, cosa que a lo mejor no vuelve a hacer en su vida, y condujo como una jabata por las procelosas y angostas carreteras neozelandesas, lo que no era precisamente fácil, pero sí imprescindible.
Impresionante paseo por el bosque de los kauris |
Jaime se fotografió con el helecho como símbolo del país. Para él, Nueva Zelanda era un sueño recurrente y hasta amenazó con quedarse allí para siempre, sobre todo porque no tuvo oportunidad de asistir a ningún partido de rugby, como le hubiera encantado, ya que la temporada había terminado y los equipos estaban de campeonato en Inglaterra. Sus queridos All Blacks quedarán para otra ocasión como excusa ineludible para volver.
Parque en Queenstown |
Su recuerdo más preciado con respecto a Aotearoa es la belleza natural en todas las variantes y paisajes que hemos recorrido así como el carácter tranquilo y pacífico de sus habitantes. Sirva recordar que en Auckland, con casi 2.000.000 de habitantes, el ruido urbano o de ambiente era casi inexistente, y eso que recorrimos el mismísimo centro. También la perfecta armonía de la naturaleza con lo urbano, los jardines de las grandes ciudades. exquisitamente cuidados, y el poder patearlos a nuestras anchas sin ningún tipo de prohibición. Y, finalmente, la señalización, en todos los lugares que estuvimos, incluso los más remotos, que nos facilitó conocer la historia del país. Aparte de la excelsa tarea de l@s compis que nos llevaron de la manita para que no nos hiciéramos dañito.
Antes de atacar el centollo neozelandés en Wellington. |
Jaime se bañó siempre que pudo y fueron unas cuantas veces. Aquí, en Cathedral Cove |
Si Jaime fue el impulsor de la idea de viajar a Nueva Zelanda, el verdadero e imprescindible ejecutor fue Álvaro, que ejerció de organizador de itinerario, recopilador incansable de datos, cartógrafo digital, copiloto y director de operaciones en general aparte de su no menos estimable faceta de fotógrafo submarino, como demuestra la imagen siguiente.
Para Álvaro, el top del viaje fue la travesía del Tongariro y lo ratifica con una frase contundente: Llevaba meses soñando con ese día.
Álvaro llevó un cámara acuática porque pensaba que tocaría hacer fotos bajo la lluvia.....
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El problema es que cuando uno, como es su caso, acumula tanta información sobre el viaje, sabe a ciencia cierta que no había muchas posibilidades de hacer la travesía en las condiciones climatológicas idóneas. Crónicas de otros viajeros están plagadas de ascensos y descensos frustrados por la lluvia, la nieve, la niebla y hasta por erupciones volcánicas, por lo que lo nuestro fue una auténtica carambola.... estupenda. Hacerla travesía con tiempo despejado y sin problemas fue maravilloso.
Alvaro en la travesía del Tongariro |
Solo queda lamentar que algunas veces se lo hicimos pasar mal, reiterando preguntas sobre cuestiones ya resueltas, o que no fuéramos capaces de relevarle como copiloto para que descansara de tener que ir en todo momento pendiente de que nuestro buga no se saliera por la derecha o por la izquierda y, sobre todo, de no pegárnosla...
Lógicamente, todos contribuímos en mayor o menor medida al éxito del viaje pero, en este caso se trató de algo más que una contribución y fue inestimable.
Y sobre todo con la convivencia, las risas, los cánticos desafinados, la ausencia de incidentes desagradables, los desayunos pausados, copiosos, conversados. Si existe eso que llaman felicidad, debe ser parecido a una experiencia como esta.
Juanma, el séptimo del grupo y el tercer conductor, cree que la suma de todas estas valoraciones configuran lo que fue un viaje especial.
Añadir si acaso Milford Sound como algo extraordinario, aunque previsto, y el igualmente parque nacional de Abel Tasman como un descubrimiento que me pareció la imagen en la tierra de lo que podemos soñar como el edén. Eso fue lo que alguien dijo al ver esta foto de sus padres : Ostras, el paraíso.
Y de propina, la oportunidad de conocer, siquiera someramente, una realidad apabullante como es Hong Kong, algo en principio no calculado y que vino dado por la ruta de la compañía aérea elegida.
Y así, con estas dos imágenes de la ciudad asiática, cerramos este blog mientras meditamos un próximo destino.
Sin duda, mantener el nivel va a ser complicado, quizás imposible.