domingo, 17 de diciembre de 2017

(15) Punto final


Hubo una vez una berberechiña mollada, como en la canción de Ana Kiro, que se metió en un túnel que iba de un punto a otro del planeta, de Galicia a las antípodas concretamente, y que fue muy comentada por siete galegos que se adentraron durante cuatro semanas en las tierras de Aotearoa, nombre maorí de Nueva Zelanda. 


Se trata solamente de una anécdota en el ámbito familiar de uno de los viajeros, en el que una persona próxima dudaba sobre la manera real de llegar a las antípodas, pensando incluso que podía hacerse... mediante un tunel que atravesara la tierra.

¿Sería este el túnel?

Semejante historia, lógicamente, dio mucho juego en las horas de furgoneta, mientras recorríamos este país austral, y ahora la recordamos con cariño. 


Obviamente, el viaje tocó a su fin y finalmente todos volvimos a casa y a las rutinas de siempre, pero Nueva Zelanda ya no es la de antes para todos nosotros. Hasta conocerla, era solamente una referencia geográfica lejana ligada al País de la Nube Blanca del que hablan las novelas de Sarah Lark,  landscape novels las llaman, ya que al menos tres de sus trilogías y algún libro más de los que hace como churros, se desarrollan allí: paisajes, maoríes, enredos familiares, amores y desamores, algo de historia, todo cabe en ellas, con un resultado ciertamente facilón pero entretenido. 

Fiesta maorí cerca de Rotorua

Nos dieron ganas de aprender la "haka" para asustar a los enemigos
Pues éso, volvimos y, aparte de un jet lag supercomplicado, ya que tardamos una semana en readaptarnos a los horarios, trajimos para siempre el recuerdo de un viaje intenso pero relajado que nos ha regalado paisajes extraordinarios y momentos muy especiales. Cada uno metió en la mochilita su propia visión para conservarla como un preciado tesoro al que recurrir en los tiempos bajos.

Arbolito en el botánico de Wellington
Así, Beni, haciendo honor a sus apellidos arbóreos y sus genes celtas, recalca que me dejaron huella los ejemplares de árboles impresionantes en los parques urbanos, dejando de lado la apabullante vegetación de sus áreas naturales

Mojadura voluntaria de Beni en el Milford Sound

Beni, sumida en la contemplación de la actividad volcánica de Rotorua
Aparte de esto, se duchó con ganas en una de las cascadas de Milford Sound, cosa que a lo mejor no vuelve a hacer en su vida, y condujo como una jabata por las procelosas y angostas carreteras neozelandesas, lo que no era precisamente fácil, pero sí imprescindible. 

Impresionante paseo por el bosque de los kauris
Jaime se fotografió con el helecho como símbolo del país. Para él, Nueva Zelanda era un sueño recurrente y hasta amenazó con quedarse allí para siempre, sobre todo porque no tuvo oportunidad de asistir a ningún partido de rugby, como le hubiera encantado, ya que la temporada había terminado y los equipos estaban de campeonato en Inglaterra. Sus queridos All Blacks quedarán para otra ocasión como excusa ineludible para volver. 

Parque en Queenstown
Su recuerdo más preciado con respecto a Aotearoa es la belleza natural en todas las variantes y paisajes que hemos recorrido así como el carácter tranquilo y pacífico de sus habitantes. Sirva recordar que en Auckland, con casi 2.000.000 de habitantes, el ruido urbano o de ambiente era casi inexistente, y eso que recorrimos el mismísimo centro. También la perfecta armonía de la naturaleza con lo urbano, los jardines de las grandes ciudades. exquisitamente cuidados, y el poder patearlos a nuestras anchas sin ningún tipo de prohibición. Y, finalmente, la señalización, en todos los lugares que estuvimos, incluso los más remotos, que nos facilitó conocer la historia del país. Aparte de la excelsa tarea de l@s compis que nos llevaron de la manita para que no nos hiciéramos dañito. 

Antes de atacar el centollo neozelandés en Wellington. 

Jaime se bañó siempre que pudo y fueron unas cuantas veces. Aquí, en Cathedral Cove
Si Jaime fue el impulsor de la idea de viajar a Nueva Zelanda, el verdadero e imprescindible ejecutor fue Álvaro, que ejerció de organizador de itinerario, recopilador incansable de datos, cartógrafo digital, copiloto y director de operaciones en general aparte de su no menos estimable faceta de fotógrafo submarino, como demuestra la imagen siguiente.


Para Álvaro, el top del viaje fue la travesía del Tongariro y lo ratifica con una frase contundente:  Llevaba meses soñando con ese día. 
Álvaro llevó un cámara acuática porque pensaba que tocaría hacer fotos bajo la lluvia.....
El problema es que cuando uno, como es su caso, acumula tanta información sobre el viaje, sabe a ciencia cierta que no había muchas posibilidades de hacer la travesía en las condiciones climatológicas idóneas. Crónicas de otros viajeros están plagadas de ascensos y descensos frustrados por la lluvia, la nieve, la niebla y hasta por erupciones volcánicas, por lo que lo nuestro fue una auténtica carambola.... estupenda. Hacerla travesía con tiempo despejado y sin problemas fue maravilloso.
Alvaro en la travesía del Tongariro
Solo queda lamentar que algunas veces se lo hicimos pasar mal, reiterando preguntas sobre cuestiones ya resueltas, o que no fuéramos capaces de relevarle como copiloto para que descansara de tener que ir en todo momento pendiente de que nuestro buga no se saliera por la derecha o por la izquierda y, sobre todo, de no pegárnosla...


Lógicamente, todos contribuímos en mayor o menor medida al éxito del viaje pero, en este caso se trató de algo más que una contribución y fue inestimable. 
Fely en Hobbiton Town

Fely ejerció de lectora en el interior del coche. Su capacidad para no marearse decidió la atribución indiscutible de esas funciones, de tal manera que cuando nos dirigíamos a un nuevo destino la conminábamos a coger las guías e informaciones disponibles y nos ponía al día de lo que teníamos que ver. Genial. 


Lo bueno es que las pilas Duracell, de las que está genéticamente dotada, nunca se le acaban. Al hablar de su mejor recuerdo,le encantó que Beni fuera una de los tres que se atrevieron a trasladarnos en ese precioso e "izquierdoso" país. Como es sabido, conducen por la izquierda y eso añade un plus de esfuerzo. 


Alfonso, por su parte, también ejerció de chófer y, sobre todo, se atrevió en el estreno por los arrabales de Auckland cuando nos topamos/rozamos con el lateral de una furgoneta a la que, afortunadamente, no causamos mayores daños. 

Alfonso contempla y fotografía árboles impresionantes en un parque de Auckland

A él le ha quedado en el subsconsciente después de los impactos visuales de la naturaleza, el respeto a la tierra que se percibe en las dos islas, cuyo ejemplo podría reflejarse en Hobbiton set.



Lo que está claro es que disfrutó como un enano bañándose en Cathedral Cove.


Y no digamos en Wanaka, cuando nos dedicamos a hacer piruetas por el río con el jet boat como si fuéramos adolescentes, con la edad que yo tengo, afirmó autocomprensivo.


Ana se queda con el poderío mágico del Cabo Reinga


La inmensidad de la travesía del Tongariro, que tanto disfrutamos.




Y la calma, el calor, la entrada luminosa en la isla Sur y el paisaje del parque Abel Tasman, donde le gustaría perderse cualquier día que se tercie. 



Y sobre todo con la convivencia, las risas, los cánticos desafinados, la ausencia de incidentes desagradables, los desayunos pausados, copiosos, conversados. Si existe eso que llaman felicidad, debe ser parecido a una experiencia como esta. 


Juanma, el séptimo del grupo y el tercer conductor, cree que la suma de todas estas valoraciones configuran lo que fue un viaje especial.


Añadir si acaso Milford Sound como algo extraordinario, aunque previsto, y el igualmente parque nacional de Abel Tasman como un descubrimiento que me pareció la imagen en la tierra de lo que podemos soñar como el edén. Eso fue lo que alguien dijo al ver esta foto de sus padres : Ostras, el paraíso.
 

Y de propina, la oportunidad de conocer, siquiera someramente, una realidad apabullante como es Hong Kong, algo en principio no calculado y que vino dado por la ruta de la compañía aérea elegida.


Y así, con estas dos imágenes de la ciudad asiática, cerramos este blog mientras meditamos un próximo destino. 


Sin duda, mantener el nivel va a ser complicado, quizás imposible.



(14) Despedida en Auckland, la capital real de NZ

Dedicar un par de días a Auckland tras una visita larga al país era obligado. Entre hacerlo al llegar o antes de marcharnos elegimos la segunda opción, y en ese momento estábamos. Desde el avión que nos traía de Christchurch observamos su configuración urbana.


Sabíamos que era una urbe de facto occidental, con un 60 % de su población (1,4 millones, un tercio del total de NZ) de origen europeo, y así lo constatamos. Sin embargo, también es la ciudad del mundo con mayor número de población polinesia debido a la fuerte emigración. Está volcada al mar y, aunque enfocada al Pacífico, también llega hasta el mar de Tasmania a través de la Manukau Harbour. Nosotros, nada más instalarnos en el Waldorf St. Martins Aparments Hotel, nos fuimos a recorrer su parte céntrica. Teníamos magníficas vistas desde la planta 18 y el hotel no estaba mal, pero cojeaba por la parte de la wifi. Fue de los sitios cutres, donde limitaban el acceso a Internet a 500 megas, que se consumieron de inmediato, una pena. Era bastante céntrico, aunque había que subir unas buenas cuestas para llegar y el precio no estuvo mal: dos apartamentos de dos habitaciones, bastante cómodos  por algo menos de 500 euros dos noches. 

Desde el hotel fuimos descendiendo hacia la zona litoral y pasamos frente al Ayuntamiento.


Ya en plenas vacaciones, en la plaza anexa habían instalado este curioso pórtico a un área de tenderetes.


Jaime no resistió la tentación de fotografiarse junto a la escultura de un exalcalde local.


Sobre una amplia maqueta de la oficina de turismo rememoramos nuestro viaje ahora que estaba a punto de finalizar.


Aunque sabido y previsto, la celebración de la inminente Navidad con calor y un Papa Noel con ropajes del invierno norteuropeo no dejaba de sorprendernos. Y para sentirnos más en Europa, por primera vez encontramos gente sin hogar y mendigos e igualmente policías patrullando a pie. Novedades.


Estés donde estés, la Sky Tower es una visión permanente debido a sus 328 metros de altura. Estuvimos barajando subir, pero algunos ya habíamos visitado la CN Tower de Toronto (bastante más alta, 553 metros) y al final quedó sobre la mesa.


En estas dos jornadas el tiempo soleado y caluroso nos acompañó, por lo que nos mimetizamos con la población local, que rápidamente se lanza a disfrutar del sol en los espacios públicos.



Resulta espectacular comprobar como pasan el rato al solete, que ya era el del verano.


La zona portuaria es un atractivo en sí misma, con yates de todos los tamaños y pelajes.


Fue un gusto pasear por su waterfront, donde reinaba una gran animación por el final de las clases y la presencia de grupos de jóvenes. 


También hay otros atractivos que impresionan destinados, suponemos, a personas caprichosas.



Pero dejando de lado la City y sus calles más céntricas, es una ciudad muy extendida por su periferia, donde reside gran parte de la población en viviendas unifamiliares.


Fotografiamos desde el balcón la puesta de sol....



Espectacular.


Y no lo son menos las vistas nocturnas desde el balcón de nuestro apartamento con una Sky Tower  iluminada.


Antes de hacer estas fotos habíamos dedicado parte del día a hacer las últimas compras y de paso, buscamos donde cenar, pero no logramos reservar. Motivo: dos días después actuaba Paul McCartney y todo estaba a rebosar.



A la mañana siguiente, la torre seguía en su mismo emplazamiento y el día, cálido, invitaba a seguir descubriendo la zona.



Como descubrimos en otras ciudades neozelandesas, Auckland también dispone de parques de ensueño. Por casualidad atravesamos el jardín victoriano Albert Park, en pleno centro, donde observamos árboles de diseño imposible, pero genial.



El ejemplar de arriba, junto al que no pudimos evitar fotografiarnos, impactaba. 



Pero hay también enormes robles, metrosideros y ficus, y otros que no sabíamos identificar.


A la vista de las elevadas temperaturas, el segundo día decidimos acercarnos en ferry a la isla de Waiheke, frente a Auckland, en el golfo de Hauraki, donde pasamos una estupenda jornada y pudimos fotografiar la ciudad desde el mar.


A solo una hora en barco, sus habitantes se desplazan con frecuencia debido a su microclima cálido y seco, y su tranquilidad. 


Y por sus playas. Y por su vino.


La recorrimos (20 kilómetros de largo) utilizando un transporte público y pasamos allí un día muy agradable especialmente en la playa de Onetangi. Está llenita de casas de veraneo que, según el conductor del bus, son muy caras. En la playa había unos pájaros de pico largo que localizaban almejas, las abrían con habilidad y una celeridad pasmosa para comérselas.

Y es cierto que cuenta con numerosos cultivos de vid, de hecho, comimos en una bodega que incluye un agradable restaurante.

Ofertaban un menú frío atractivo (queso, humus, fiambre, además de postres, tarta Pavlova incluida, el más famoso del país) que disfrutamos.


Su presentación era muy original.



Tras la comida, volvimos paseando al muelle donde salía el ferry, que regresaba igual de atestado que a la ida, lleno de gente que como nosotros había ido a pasar la jornada a Waiheke.


Esta amplia bahía es un espectáculo, llenita de barcos de todo tipo en un país donde hay más embarcaciones casi que personas.


Para despedirnos reservamos está imagen de la llegada, ya con el sol declinando y un hermosísimo contraluz de Auckland. En la ciudad dimos un último paseo, tomamos un refresco desconocido en una cafetería donde nos atendió un madrileño de Majadahonda, que quería buscarse la vida en las antípodas. La cantidad de hispanos es tremenda y de hecho el día anterior, que terminamos cenando en un italiano próximo al hotel, la camarera  era brasileira. Esta tarde final regresamos andando al hotel. La animación ya veraniega de las calles era tremenda, lo que hacía más dura nuestra marcha. Atravesamos un mercadillo lleno de gente donde ofrecían churros y después, a hacer por última vez la maleta para al día siguiente volver a casa vía Hong Kong.